Vamos caminando a la casa de XXXX porque es su cumpleaños. Le llevamos una torta que hicimos. En realidad no es una torta, sino un tomate gigante, de más de medio metro de diámetro, con relleno de muzarella en su interior. Pero al llegar, no lo encontramos. Entramos en el jardín de su casa y palmeamos, pero al ver que no sale nadie, dejamos el tomate gigante y nos vamos.
Caminamos unas cuadras para atrás y nos tomamos un colectivo. Cuando pasamos frente a su casa, vemos que XXXX está llegando. Le hacemos señas y le gritamos desde la ventanilla del colectivo y nos ve. Entra corriendo a su casa pasando por la puerta blanca de madera, toma su bicicleta y sale pedaleando a buscarnos tan rápido como puede.
La suya es una bicicleta muy particular. En el lugar del volante, tiene una máquina de escribir, y para hacer equilibro y mantener la dirección, tiene que ir escribiendo y completando un poema que había en la hoja cargada en el carrete de la máquina que pertenece a un poeta italiano de nombre Ugo Oggi. Es un juego muy divertido y un ejercicio harto complicado. Pero mientras pedalea con todas sus fuerzas, va escribiendo:
Por fin llega a ponerse al costado del colectivo. Nos grita y se ríe. Pero más adelante lo perdemos cuando se queda en un semáforo en rojo y el colectivo sigue. Vuelve el carrete de la máquina al inicio, y al tipear las primeras palabras, su bicicleta vuelve a andar.
Desde la puerta abierta, con medio cuerpo afuera, lo voy filmando con una camarita. A través de la pantalla, lo veo como una mezcla de Kurt Cobain y Jim Morrison. Cuando va alcanzando el colectivo, pone caras ridículas y graciosas, maneja sin manos, simula que se va a estrellar. Siento que estoy filmando una película que ya se filmó, un deja-vu cinematográfico. Pero todo alrededor es nuevo y somos jóvenes…
Por fin el colectivo se detiene en un semáforo en rojo y Kurt/Jim nos alcanza y nos bajamos. Me pregunto por qué no bajamos antes, apenas lo vimos aparecer, pero es parte de un juego.
En la calle, justo donde paró el colectivo, veo un escrito en el pavimento que dice “Hijo de Dios” o “Hijo del Sol”. No alcanzo a leer bien. Las letras bailan. Miramos una pared alta que interrumpía el paisaje de las casas con jardín. La habían escrito hacía unos años. Mi nombre se encontraba allí.
“Hermano”, dijo Lino, “vos estás con nosotros hace por lo menos 400 meses”.
“Sí, es cierto. ¿Cómo lo sabés?”, le pregunté.
“Miré la fecha del grafiti y saqué la cuenta”.
Nos paramos en la vereda, aún filmando toda la secuencia. Subidos a un poste de luz dos electricistas nos ven y nos gritan y hacen caras para la cámara. Piensan que van a salir en un programa de televisión.
Emprendemos la marcha. Al doblar una esquina, vemos a cuatro vagos que recién se están despertando y se pelean a los gritos. Son cuatro personajes particulares, cada uno tiene su singularidad. Uno tiene una galera. Otro guantes con dedos carcomidos; otro el pantalón atado con un cable de electricidad y el otro un saco sin camisa. Cuando pasamos caminando por vereda entre ellos, nos gritan de todo. El de la galera parece ser el jefe, pero les respondemos con más gritos y nos dejan pasar. Mientras tanto, Lai va registrando toda la secuencia.
Alrededor hay alegría y aire a verano. Kurt/Jim dice:
“Esta es una gran época” o “Esta es una gran década”.
“¿Qué década es, los 60s, los 90s?”
“No”, responde, “el
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