11 may 2011

La esfinge

Fragmento de "Los sobrevivientes"

En los cálidos techos de tejas rojas de las casas suburbanas que nos aglomeraban, nos encontrábamos Yagui, Lino y yo sentados tomando una cerveza en la templada noche intentando conciliar la idea de tranquilidad con nuestra extraña situación actual. Casi ni nos mirábamos los unos a los otros. Apartábamos la cabeza de todo lugar en que nuestra vista se posaba, y por nada del mundo queríamos mirar hacia delante. Allí, muy cerca de nosotros metida entre las casas, había una esfinge gigante, con cuerpo de león y cabeza de mujer, observándonos, esperando a que la mirásemos. Hace un rato largo que estábamos sumergidos en aquella incómoda situación, y los techos habían sido el mejor lugar que habíamos encontrado para soportar esa persecución mental que la esfinge ejercia dentro de cada uno.
Era enorme, estaba echada muy tranquila a pocos metros, y si lo deseaba, con solo estirar su cuerpo, podía devorarnos a los tres de un solo bocado. Pero ese no era su accionar. Simplemente esperaba a que fuéramos a entregarnos a ella, implorando que nos comiera lo más pronto posible para terminar con la confusión intolerable que provocaba su presencia.
Ya no queríamos conversar entre nosotros. Enmudecimos para batallarla en silencio, cada uno desde su interior. ¿Cuánto tiempo más podríamos soportarla? Todo el tiempo me asaltaba la idea de entregarme a ella, saltar del techo y arrojarme entre sus garras y que me despedazara. Pero aún tenía ánimos para resistir aquel combate mental mano a mano. ¿Cómo estarían soportándola mis amigos? Cuando pensaba en ellos, flaqueaba. Debía pensar solo en mí, como ellos pensaban solo en sí mismos.
De pronto Yagui se quebró, se paró en el tejado y se puso a gritarle. Le arrojó el envase de cerveza, pero no logró darle. El botellazo se quedó a mitad de camino y se destruyó en la calle. Entonces saltó del techo sin dejar de gritarle con toda su furia, intimándola a que revelase su verdadera forma para poder atacarla físicamente. Se acercó hasta una de sus patas y con un pedazo de vidrio intentó herirla. Pero al momento en que tocó con una mano uno de sus pelos de piedra, la esfinge, sin dudarlo, agachó su cabeza y lo devoró de un solo bocado, y luego se extinguió en la nada.
Lino y yo nos liberamos de la cruel cadena de sufrimientos que nos tenía tomados por el cuello. Descansamos un segundo, aliviados pero aún atormentados por la desaparición de Yagui. Bajamos del techo y aún en silencio nos pusimos a caminar por las calles del suburbio.






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