Me encontraba en una escuela, por la noche, concurriendo a una conferencia que se realizaba fuera del horario de clases, ya concluida y retirándome entre un grupo disperso de personas, cuando tomo conocimiento de que la escuela había sido sitiada por un grupo de terroristas. No podías verlos, se refugiaban entre las sombras, caminaban por los techos y se deslizaban por los huecos de los ascensores para conseguir entrar al edificio. No llevaban armas, ya que su objetivo no era el de asesinar personas; ese no era su trabajo. Se habían infiltrado ocultamente para lanzar unas bombas que eran las armas más avanzadas y despiadadas que se habían fabricado hasta el presente. Las llamaban “bombas del miedo” porque una vez que se activaban, producían en todo aquel que se encontraba en su zona de influencia, un miedo indescriptible jamás sentido, violento e irrefrenable que no dejaba otra salida más que el suicidio. Con este artefacto macabro ya no eran necesarias las balas para aniquilar humanos, ya que una vez que entraban en contacto, lo hacían por ellos mismos. Esta bomba despedía mediante el olor una sustancia química que activaba en el cerebro la más horrorosa de las sensaciones que una persona había sendito en su vida y había deseado no volver a sentirla más.
Estábamos evacuando el edificio, primero de manera ordenada, pero cada vez más a modo de estampida producto del pánico una vez que las bombas comenzaban a surtir efecto, cuando vi a uno de los terroristas subidos al techo del patio que yo atravesaba, tres pisos hacia arriba. Estaba completamente vestido de negro, pero pude ver el preciso momento en que dejaba caer una de sus objetivos muy cerca de mí. Así pude ver cómo era la bomba del miedo. Tenía el tamaño y la forma de una granada de mano, pero era transparente y de una consistencia gelatinosa. Al verla en el suelo pude comprobar que no se había destruido completamente a pesar de la altura de la caída. Sólo se había rajado a la mitad. La tomé entre las manos con la esperanza de que hubiera sido un ataque fallido y corrí fuera del edificio lo más rápido que pude. Una vez afuera, la arrojé con todas mis fuerzas a un terreno baldío que había junto a la escuela, pero a pesar de mi terrible esfuerzo, no conseguí hacerla pasar el alambrado y se desarmó antes que tocara el piso.
Miré alrededor un segundo y me di cuenta que no se trataba de un terreno baldío sino el patio trasero de una casa. Por todos lados las personas desesperaban, no sabían cómo proceder, a donde huir del espanto que los carcomía por dentro. Entonces comencé a sentirlo yo mismo, cómo en el pecho se abría un agujero negro por el que me iba cayendo, al tiempo en que la desesperación se hacía presente, y a pesar de saber que se trataba de una reacción química, no sabía dónde podría encontrar refugio para soportar la pesadumbre que me sobrepasaba y se adueñaba de mi ser.
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