3 ago 2007

Mujer bailando en el agua, II

Una triste melodía de una cajita musical despierta en la mujer las ansias de salir a pasear por la luna, siguiendo el sendero plateado que traza sobre el lago y bailar hasta saciarse de la pena que sostiene la musiquita de la caja. Cada nota que desprende en una aguja clavada en su corazón y la cadencia de sus movimientos es la que la salva de esa agonía.

Los árboles agitándose de miedo por un viento tremebundo que los espanta y les hace querer escapar. Las piedras al oír el rugido del viento atravesando sus cavernas, se ponen a gritar con voz de mujer que confunde. El lado solo se conmueve con los pasos de la mujer, y responde con sus suaves ondas cíclicas que la elevan por encima de sus pies.

La música es una vieja casa lejana donde reposan unos zapatos de metal cubiertos por el polvo del tiempo.

Todo posee una armadura de cristal tan frágil que cualquier intrusión en su danza provocaría el estallido en mil pedazos su fantasía de brillar y la ahogarían en un mar de astillas clavadas en su pecho.

La danza seduce con esa armonía placentera, la precisa coordinación de los sentimientos, que se agitan al movimiento y la perfección de una melodía sencilla estando en el lugar en que debería estar, levantando un brazo en alto cuando las notas se elevan, en pequeño salto al alcanzar el sonido más filoso, la vuelta a la orden del compás la reverencia final, ofreciéndose en cuerpo y alma al motivo de su danza, a las cosas hermosas que la ornamentan, a las curvas que trazan sus brazos y que aun pueden los rastros del paso de la mujer bailando en el agua por su dulce perfume a frutas, a tristezas infinitas y deseos a flor de piel.

Hay momentos tan intensos que a veces parece insoportable, todo brilla resplandeciente, hasta la mínima roca posee su luz y hace el cuadro insostenible. Todo esta a punto de ser tanto algo parecido a la desesperación; hay unas lagrimas de cristal en sus ojos y el agua no para de producir las ondas que tienen como centro el lugar exacto entre medio de sus ojos.
Las ramas también se sumergen en el espejo del lago; son una garra que sujeta su corazón, su gesto seco y la vista fija se ven eventualmente conmocionados con el paso de alguna línea.
Pende de un hilo que la hace girar inerte sobre la punta de un pie.

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