I.
Hoy es otro día.
No es ayer. No es tampoco el hoy de ayer.
Una vez más la noche llegó y se fue en un parpadeo tan intenso y breve que se me confunde con el sueño.
II.
Entre las luces apagadas y la orquesta de ronquidos yacía yo en un estado entre despierto y dormido, narcotizado por la marihuana y el fernet, y lúcido porque ya era de mañana y percibía el movimiento que había tanto en el mundo de afuera como dentro de esas cuatro paredes, donde cinco personas dormían y una simplemente yacía con los ojos cerrados en un estado intermedio. Poseía la conciencia disfrazada de voz, pero era voz estaba borracha y loca, postulaba conversaciones mágicas y de aventura, o por el contrario, el monólogo del personaje de un desquiciado. Ahí hacía un corte violento de ese estado en el que me había inducido, abriendo los ojos y clavando la mirada en la pared, que no daba vueltas, que siempre se está quieta en su lugar y es una suerte de garantía de poder despertar de esas pesadillas semiconscientes.
Los pensamientos se sucedían en una cinta continua. Nunca había un silencio, nunca una pausa. Si intentaba acallar la voz, le ordenaba silencio! y entonces ese silencio! comenzaba a resonar desde lo oscuro, a rebotar por todas las paredes de la cabeza y a producir cada vez más ese silencio! hacia el infinito, hacia un coro de voces desesperadas (una maestra, un cura, un policía) pidiendo furioso silencio. Entonces abría los ojos y comprobaba que la pared seguía estando ahí.
Los pensamientos uno tras otro. Lo que, aparte de esos pensamientos, yo pensaba era que algo propio de ese estado intermedio, a la vez de otorgar un catalizador para la mente, eliminaría los pensamientos uno tras otro de la memoria.
Eso pensaba ayer en plena tormenta cerebral, pero por lo que se lee, algo de esa tira larga de pensamientos me quedó. Supongo que si hago un esfuerzo y me sumerjo hacia adentro con los ojos cerrados a la búsqueda de otro recuerdo de ese estado de anoche, lo encuentre, y pueda armar algo más completo, algo más legible que esto de lo que ayer me atravesó por la cabeza como una lanza venenosa, que además de dejarme delirando boca arriba, me dio un fuerte dolor de cabeza que no me permitía bajar la guardia o rendirme al sueño; esos dolores de cabeza que te exprimen como una dulce naranja y hace que confieses que no lo vas a hacer más, que no vas a escaviar o fumar tanto como para quedar así; o en su defecto, para la próxima, conseguir una aspirina.
La posibilidad de sumergirme en los parpados y bucear lo que lentamente se sumerge más y más en el agua hasta el fondo del mar fue descartada en el colectivo de regreso. Por esto y algunas más razones es que he hecho una importante elección al cerrar este anotador; prefiero no investigar ni dejar huella del pasado en este presente y que el tiempo futuro se encargue de preservar las palabras de los buenos momentos y que los recuerdos tormentosos sean diseminados.
Hoy es otro día.
No es ayer. No es tampoco el hoy de ayer.
Una vez más la noche llegó y se fue en un parpadeo tan intenso y breve que se me confunde con el sueño.
II.
Entre las luces apagadas y la orquesta de ronquidos yacía yo en un estado entre despierto y dormido, narcotizado por la marihuana y el fernet, y lúcido porque ya era de mañana y percibía el movimiento que había tanto en el mundo de afuera como dentro de esas cuatro paredes, donde cinco personas dormían y una simplemente yacía con los ojos cerrados en un estado intermedio. Poseía la conciencia disfrazada de voz, pero era voz estaba borracha y loca, postulaba conversaciones mágicas y de aventura, o por el contrario, el monólogo del personaje de un desquiciado. Ahí hacía un corte violento de ese estado en el que me había inducido, abriendo los ojos y clavando la mirada en la pared, que no daba vueltas, que siempre se está quieta en su lugar y es una suerte de garantía de poder despertar de esas pesadillas semiconscientes.
Los pensamientos se sucedían en una cinta continua. Nunca había un silencio, nunca una pausa. Si intentaba acallar la voz, le ordenaba silencio! y entonces ese silencio! comenzaba a resonar desde lo oscuro, a rebotar por todas las paredes de la cabeza y a producir cada vez más ese silencio! hacia el infinito, hacia un coro de voces desesperadas (una maestra, un cura, un policía) pidiendo furioso silencio. Entonces abría los ojos y comprobaba que la pared seguía estando ahí.
Los pensamientos uno tras otro. Lo que, aparte de esos pensamientos, yo pensaba era que algo propio de ese estado intermedio, a la vez de otorgar un catalizador para la mente, eliminaría los pensamientos uno tras otro de la memoria.
Eso pensaba ayer en plena tormenta cerebral, pero por lo que se lee, algo de esa tira larga de pensamientos me quedó. Supongo que si hago un esfuerzo y me sumerjo hacia adentro con los ojos cerrados a la búsqueda de otro recuerdo de ese estado de anoche, lo encuentre, y pueda armar algo más completo, algo más legible que esto de lo que ayer me atravesó por la cabeza como una lanza venenosa, que además de dejarme delirando boca arriba, me dio un fuerte dolor de cabeza que no me permitía bajar la guardia o rendirme al sueño; esos dolores de cabeza que te exprimen como una dulce naranja y hace que confieses que no lo vas a hacer más, que no vas a escaviar o fumar tanto como para quedar así; o en su defecto, para la próxima, conseguir una aspirina.
La posibilidad de sumergirme en los parpados y bucear lo que lentamente se sumerge más y más en el agua hasta el fondo del mar fue descartada en el colectivo de regreso. Por esto y algunas más razones es que he hecho una importante elección al cerrar este anotador; prefiero no investigar ni dejar huella del pasado en este presente y que el tiempo futuro se encargue de preservar las palabras de los buenos momentos y que los recuerdos tormentosos sean diseminados.
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.il persecuttore de tuo amore
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