23 mar 2012

Acá en ningún momento, ahora en ningún lugar

Al atardecer llegamos, Yagui y yo, al pueblo, luego de haber caminado durante días o semanas. Casualidad o no, este era el lugar al que teníamos encomendado llegar. Es un pequeño poblado entre las sierras. El aire que se respira es puro y las colinas están vestidas de bosque.
Vemos a los primeros pobladores caminando a un costado de la calle de piedra. Algunos salen del bosque con un atado de leña al hombro, otros, trayendo pieles o cosecha de frutas.
Durante los días que venimos viajando, estuvimos escuchando una música dulce de guitarra en el aire; desconocemos su procedencia. A medida que nos adentramos en el pueblo y llegamos a la plaza, vemos bajo un árbol, al trovador, autor de las melodías y de las historias que vamos forjando en el camino, la música de fondo que escuchamos y que va contando las aventuras de nuestros sueños.

Estos dos amigos
Que vienen llegando
Es largo su viaje
Jamás ha comenzado
Cargando su cuerpo
Llevan entre los brazos
Ya desde lejos ellos
Veo que van llegando
Traen los pies cansados
Siglos de andar a cuestas
Siglos de estar cantando
Soy trovador de aventuras
Algo de juglar y payaso
Voy narrando su historia
Sin risa ni llanto
Solo una pasión calma
Colma el negro manto
De la noche ellos caminan
Mientras de día yo callo
Como si yo mismo fuera
El autor de este canto
Pero es que sus aventuras
Solas se van narrando
Yo de paso los miro
Y comento mientras tanto

Yagui, siempre acorde a su cualidad de observador, apuntó un dedo hacia arrba y señaló:
-Mirá el cielo rosa dorado.
Tres rayos golpeaban contra las nubes y torcían su rumbo. Otras nubes, azules, naranjas y verdes, parecían recostarse sobre el respaldo del cielo como una tela fresca que estaba siendo pintada en ese mismo momento, a medida que se desplazaban con un viento violáceo y amarillo. Entre estas, nuevos surcos de color se iban formando con el trazo de un pincel, modificándose suave y constantemente con el accionar de la mano del Gran Pintor, que aguardaba desde su invisibilidad.
-Será mejor que vayamos buscando un lugar para dormir antes que caiga el telón negro.
Reanudamos nuestra marcha luego de la pausa. En las primeras casas que aparecieron, llamamos a la puerta pidiendo alojamiento, o en su defecto, un trozo de pan.
Caminamos por un sendero de chacras y conseguimos que nos dieran un poco de queso y algo de leche con miel. Pero por el momento, no teníamos suerte con el hospedaje. Quizá se debiera a que llevábamos meses sin bañarnos ni afeitarnos y que nuestro aspecto y aroma intercedía en nuestra contra. No obstante, seguimos avanzando.
Las casas comenzaban a presentarse de manera más espaciada hasta que casi desaparecieron. Nos sentimos cansados de tanta caminata, aunque al menos, algo habíamos comido. Eso nos dio un poco de fuerza para continuar el camino hasta el próximo poblado.
Caminamos varios kilómetros antes que aparecieran las primeras luces desde la ruta. Al parecer, no se trataba de otro pintoresco pueblo como el que habíamos dejado atrás, sino que se trataba de una ciudad. Al adentrarnos, nos hallamos dentro de un barrio industrial, oscuro y algo tenebroso. Las calles estaban sucias, repletas de basura y otroso desperdicios. No había ningún hueco, baldío, puerta o ventana sin enrejar o alambrar. Habíamos llegado muy tarde, y a esta altura, estábamos exahustos y necesitábamos sitio para descansar.
Luego de andar un poco más, dejamos la zona industrial para adentrarnos en un barrio residencial, muy distinto al anterior. Nos paramos frente a una gran casa, una mansión detrás de una reja alta. Para nuestra sorpresa, la reja estaba abierta, levemente entornada. Eso nos hizo pensar que posiblemente allí seríamos bien recibidos. Pasando la reja, se abría una escalinata marmolada que se curbaba en su ascenso hasta una gran puerta doble de madera maciza y grandes trabajos con metal. Todo alrededor, un tupido jardín con plantas exóticas que se interrumpían solo en el camino hasta la entrada. Pasamos y al llegar a la puerta, llamamos.
Luego de un instante, la gran puerta se abrió y una señora apareció exclamando:
-¡Shakhim Shakham, hermanos Yagui-Yago! Los estábamos esperando.

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