Es a penas un bebé y ya balbucea algunas palabras.
Claro que lo primero que le hacen decir es mamá y papá.
Él ya debe elegir qué decir primero; no es que una opción le cueste más que otra, sino que hace la diferencia decir primero una de las dos. Los padres en silencio siempre se disputan esas boludeces para probar que su hijo lo prefiere a uno ante que al otro.
La cosa es que este bebito eligió decir “¿por qué?” en lugar de iniciar ese eterno juego que, a través del tiempo, termina en sentimientos de despecho.
-Decí “mamá”.
-¿Por qué? –respondía el bebé.
-Decí “papá. Paaaa-páaaa”.
-¿Por qué? –reiteraba.
Y así fue que sus primeras palabras desconcertaron a todos.
No neguemos que este bebé es muy particular.
A los dos años, se sentó frente a sus padres y les dijo:
-¿Por qué me pusieron un nombre?
Ambos quedaron por un instante alucinados en silencio.
-¿Puedo elegir yo mi propio nombre?
El padre, luego de mirarse con su mujer y escapar de pensar que el mañanero era el culpable de esta alucinación, cayó en la realidad y habló primero para no dejar que su esposa saltase con la respuesta que su madre hubiera dicho en tal situación.
-Desde ahora podés cambiarte al nombre que quieras. No pidas permiso. Yo hubiera querido hacer lo mismo con mi nombre… -sonrisa de por medio, y la conversación concluyó para el niño que corrió a su pieza mientras dejaba a sus padres hablando.
Ya en el cuarto, buscó docena de nombres para ponerse, pero claro, los nombres que le gustaban eran los que asociaba con otras personas: amigos, familiares, y personajes de la televisión, que seguramente le atraían en su forma de sentir o de pensar. Mas no podía, por su corta edad, concebir otros tipos de nombres, esos que conocemos a través de la lectura y de respirar por varios años. Y sí, él sabía que un nombre como Piedra o Belcro no le atraían en lo más mínimo porque todas las piedras y los belcros que había visto eran cosas aparentemente inanimadas.
Entonces fue cuando levantó del piso un moñeko medio extraño al que quería mucho y le había llamado SifonSi. Lo miró atentamente, con lo que eso implica, que es atachar sentimientos y recuerdos vividos con el moñeko. Lo miró directo a los ojos y escuchó lo que SinfonSi le decía:
-¿Qué está pasando? ¿Por qué buscás un nombre?
-No sé –dijo el bebé. –Supongo que este nombre me dio cosas lindas pero también hizo que a veces me avergonzara o me lo repitieron tantas veces personas feas que ya no me gusta. Además, estoy un poco enojado con mis papás y cambiándome el nombre dejaré de ser suyo.
-Ajá… -dijo SinfonSi. –Mirá mi situación: yo no te reprocho nada, es más, me encanta la libertad que me das al dejarme tirado en el piso, aunque a veces me duela el golpe o me dejes en una posición mucho muy incómoda… –la concha de tu madre, pensó SinfonSi. –Pero me gusta que no me juegues todo el tiempo. Y me gusta que me hayas puesto un nombre, porque a partir de vos, tomé vida; seguramente hay otro ser igual a mí, pero que no se llama SinfonSi, y se i se llamara igual a su dueño nunca sería igual a vos, y eso es lo que hace la diferencia.
El bebé calló. Siempre SinfonSi tenía esas respuestas tan claras. Solo eso necesitaba.
Dejó a SinfonSi en un estante junto a una moñeka para que pueda intentar cojerla y se dirigió otra vez a sus padres.
-Papá –dijo. –Es con vos que quiero hablar. Vos mamá podés escuchar; como no fuiste cos quien habló cuando pregunté si podía cambiarme el nombre, solo te queda escuchar y callarte.
El bebé se paró seguro y continuó con su reproche:
-Vos papá siempre sos tan liberal, tan que entendés a todos y tan creyente en la desestructuración de los niños para que crezcan con otra cabeza, alejada de las antiguas formas. Vos, que dejás que haga lo que quiera en vez de negarme o avalarme. Quiero que sepas que mi nombre es y seguirá siendo Matías. Pero también quiero que sepas que la luz del razonamiento otra vez me la dio SinfonSi y no vos. Que me dejás a la deriva de mis pensamientos sabiendo la edad que tengo. Y espero que te sientas al menos un poco mal por no haber sido vos quien me ayudaste a resolver este dilema, por cierto ya resuelto y resuelto por SI-FON-SI. Chau. –se dio media vuelta y se fue, tan gracioso como el bebé que es.
Al padre se le cayó la ceniza del cigarro y sus ojos estaban otra vez deslumbrados; siempre que escuchaba a su hijo le pasa lo mismo.
Su esposa, por otro lado, se remite a la mudez y a chupar bien la pija. Pero ese es otro tema, ya que a lo largo de la vida, él se esforzó por encontrar a la mujer perfecta y descubrió que la perfección se encuentra solo con un microscopio que él nunca tuvo, y se convenció de tener al menos con ella a Matías, porque ella tenía un extraño don, el de la percepción extrema, y la comprensión de todos sus actos, además de lo ya mencionado acerca de chupar bien la pija.
El padre se levantó de su sillón y emprendió la marcha al cuarto de su hijo.
Matías estaba mirando por la ventana mientras escuchaba un disco del Floyd, el tema 4 de The Dark Side.
La puerta se abrió y el padre apareció.
Levantó a Matías y lo acostó boca arriba sobre su camita.
Acercó su cara a la de su hijo, muy, muy cerca.
Mati estaba desconcertado, a la expectativa de sus actos.
El padre, con voz susurrante y los ojos penetrantes, le dijo:
-No te olvides que Yo te compré el moñeko. Porque sé, porque fui chico, que a los padres pocas veces se les considera buenos consejeros y siempre supe que la mejor forma de encontrar verdades es hacerlo por cuenta propia y con la ayuda de un consejero que te de el pie al razonamiento.
Los ojos de Matías se abrieron y se perdieron en esa nada que miramos cuando nuestro cerebro eleva las revoluciones del pensamiento hasta alcanzar la extrema claridad y comprensión total. Mati entendió todo. Amó al padre ese segundo, y el padre vio eso en los ojos de su hijo, al que hubiera querido llama Esencia si hubiera sido mujer.
Se abrazaron los dos y fue en ese instante cuando el padre con sus tiernas manos quebró el cuello de Matías. Lo cubrió con una manta como si estuviera dormido. Fue al dormitorio a buscar un 38 y desde afuera un pibe que pasaba en bicicleta escuchó un disparo. Claro, el pibe estaba tan drogado que ni pensó en ir a la comisaría y se fue veloz a buscar a un amigo para contarle.
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