Todo comienza con un despertar o con un simple abrir de ojos, un ojo gigante, que, si estuviésemos mirando la pantalla de un cine, se convertiría en algo surrealista, algo que sería un ojo hermoso, celeste, preciado, y pronto pasaría a ser un ojo hermosamente gigante, luego, monstruosamente gigante, y finalmente, sólo monstruoso, mirando con expresión vertiginosa, hacia la nada, hacia el cosmos, al reversible reflejo de lo real condensado en el infinito punto negro que brilla en el ojo. Ese ojo contiene toda la historia del universo en eterno movimiento, su espiralada rotación que hace eje en su pupila que se dilata a cada big bang que estalla cada pocos segundos, mientras las estrellas giran haciendo breves círculos, desapareciendo y dejando un rastro de humo.
Ese ojo que se abre es todo lo que cuenta por el momento al comenzar por el principio de todo (no olvidar ¡cómo! que uno comienza diciendo ‘todo comienza’; ¿quién puede imaginarse o llegar a pensar ‘eso’?, ¿cuándo comienza un todo?) Ni empieza ni termina, se sucede instantáneamente ahí donde no había nada y ahora hay un ojo que a penas se abre, obtiene el todo con un solo vistazo arrojado hacia el cielo, pero cuando el vistazo regresa a su origen, el todo se desvanece y de a poco se vuelve al mundo que se abandonó muchas horas atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario