25 oct 2008

de La Noche Americana

Cuando me estoy yendo, la hermana de Manec me dice que tiene un mensaje para mí. Entra en la cocina y sale con una nota para mí. Le pregunta de quién es. No se acuerda si le dijeron el nombre. ¿Hombre o mujer? Tampoco se acuerda. Lo único que sabe es que es un asunto urgente. Si era urgente, me tenía que ir.
La nota decía: “nos vemos en el Cine Previo”.


Entré al cine. Me puse detrás de una cola de gente que avanzaba con paso lento y sin apuro, como si no estuvieran esperando para pasar, sino conversando, charlando, pululando, cuchicheando, susurrando, gritando cosas sin interés. Familias con niños, pared viejas amigas y adolescentes enamorado esperando a conseguir una butaca en el Cine Previo. El ambiente estaba colmado. No paraba de circular gente por los pasillos, buscando ubicación, molestando a las personas que ya estaban sentadas, golpeando rodilla con rodilla y codo con codo, agitando el paquete de pochocho y los vasos de gaseosas. La gente iba acomodándose en el Cine Previo a esperar a que comience la siguiente función del Cine. La masividad que había ganado el Cine se debió a que muchos lo encontraron como último refugio para aquellos que buscaban aislarse lo más que se pudiera en una gran burbuja que involucrara sólo a las personas bienintencionadas que desearan vivir en sociedad. A raíz de esto, los Cines tuvieron que construir una sala adicional que contuviera a toda la gente que estaba esperando para ver una película, una gran sala de espera llamado el Cine Previo. Como el Cine, poseía butacas y una gran pantalla donde, en lugar de proyectar una película, pasaban imágenes que las cámaras del Cine Previo captaban. Estaban pasando una imagen general del público sentado mirando la pantalla por un buen rato, hasta que la gente se comenzó a reconocer y a saludarse a sí mismos. Hicieron zoom en varias personas, estas saludaban y expresaban su emoción de verse proyectada en un cine. Luego apuntaron a dos viejas que se habían arreglado especialmente por si salían en la pantalla del Cine Previo. Estaban muy alegres. Este era un buen lugar para encontrarse con personas. Y yo estaba metido, atascado en una fila de gente que no avanza, en medio de este delirio pochoclero, buscando a alguien que me busca. Metí la mano en el bolsillo buscando la nota para leer una segunda vez y comprobar que no estaba en el lugar equivocado, pero encontré que tenía un agujero en el bolsillo por donde se me caían todas las cosas que guardaba.
Una vez que conseguí asiento, vi a Lara que estaba atascada donde había estado yo, intentado obtener la butaca que se libere. Me pregunté si había sido ella la de la nota o una simple casualidad. Estaba parada, buscando a alguien con la mirada. Cuando se topó con mi mirada, me saludó y me habla por encima de las cabezas y las conversaciones de mucha gente. Me dijo, ayudándose con señas, que buscaba a las chicas. Me preguntó si las había visto, pero no, no las había visto. Deduje que estaba ahí por casualidad. No me animé a preguntarle lo de la nota, porque sino sabía nada, me empezaría a hacer preguntas, algunas de las cuales no me gustaría hablarle. Todo ese barullo de personas agitándose, viéndose cómo se miran, me enfermaba. A Lara no le importaba la espera o el acto de la vanidad vulgar; ella quería ver una película. Yo no había venido al Cine previo a ver una película. Miré a la pantalla y me vi en primer plano, casi que se podía ver mis pensamientos a través de la pantalla. Era inútil tratar de ocultar la cara. El que me buscaba, ahí me tenía.
Cuando anunciaron el inicio de la siguiente función, la multitud que tenía sus tickets, rugió enardecida, como si estuvieran por entrar a la cancha. Yo supe que había fallado. Por inercia, entré a la sala de proyecciones, apelando a lo último de suerte. La imponencia titánica de la sala, la arquitectura totémica obligaba al público a adorar esa pantalla como una deidad; les proveía todo lo que se les había negado y luchaban tan ardorosamente por recuperar.
Una vez todos ubicados, se apagaron las luces, hubo silencio y la película comenzó. Era la historia de un niño que a la edad de siete años sufre una experiencia traumatizante al padecer una serie de ataques de pánico que le agarraban cada vez que él era poseído por una visión. En esa visión, él…
Más allá de la introspectividad, crece con salud, termina sus estudios sin complicaciones y decide ser director de cine. Al poco tiempo consigue algo de fama con unas primeras películas de ciencia ficción y las productoras compran sus películas. Se le encarga hacer un próximo proyecto. El único que le interesa a él es uno que retrate su experiencia de niño. Todo no ha sido un medio sino para este fin.
Para la filmación, eligió escolares. Y la locación, la misma escuela a la que él asistía a los siete años. En medio del rodaje de una escena, dos niños actores de segundo grado, que hacían de extras junto con muchos otros niños yendo y viniendo por un pasillo de la escuela, discuten y se ponen a pelear. Uno de ellos enloquece, le agarra un ataque y cae al suelo. Su amigo le dice que se levante. Los demás niños que hacen de extras se abren en un círculo alrededor para mirarlo. Su amigo insiste que se levante, que viene el director y está enojado porque está deteniendo la filmación. Lo zamarrean. Él no para de gritar incoherencias acerca de que lo atacan. Se hace pis encima. Todos los niños se ríen. Aparece en director y ordena que el círculo se disperse. Los niños se abren como un abanico. Cuando puede ver al niño en pleno ataque, se sorprende, se entusiasma y busca una cámara. Se la saca al camarógrafo. Pone el ojo a rodar. Se le puede ver una sonrisa cuando por fin logra captar a los seres diminutos en una filmación.

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