27 feb 2008

Segundo Homenaje a Heinrich Boll

(sobre ¿Dónde estabas, Adán? y El tren llegó puntual)
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¿dónde estabas, Adán, varón? Creía que andabas suelto, vagando por el fondo de una calle alcoholica, respirando el aliento de dios (qué combustible para qué máquina que pronto echaría a andar). Eso era, al menos, lo que creías, al lado de las vías del tren en plena siesta anestésica que te arrancaba de esa sucia tierra y te depositaba en un colchon que mas que colchon era una nube. En ese sueño, estabas tan cansado del viaje hasta ese maravilloso lugar. Te acomodabas en la nube y los brazos y codos se te hacian como alas que te llevaban a las fauces del Ogro del Sueño. A punto de ser devorado, te dormiste y soñaste que estabas lejos de aquellos insulsos peligros, que no era digna la manera de morir así, y por esa sola razón, fuiste el merecedor de un pedazo de terreno, unas cuantas hectáreas para cosechar y tener animalitos y esperar a que vuelva la patrona.
El tren llego puntual.
Era mi tarea controlar sus impulsos y fluctuaciones, su patinaje sobre hielo de Europa, su violencia quirúrgica.
Descendieron las cebras seguidas de elefantes y furiosos antílopes, formaciones de insectos y ranas venenosas.
El tren continua.
Prosigue.
¿Dónde estas maldito arlequín, adán? Iluso hermoso, puedes dejar ya de habitar tu mantra platonico. Disuadirte dominicalmente de ese antro artificial. Puedes, hermoso saturnino, venir a la ciudad, fabricar arneses, esperar el colectivo y fumar un cigarrillo pensando en el horario, en la rutina. No puedes, cariño, no puedes, amor. Debes condenarte a la vidriera romantica y no decir ni una palabra. Sonreir y hacer carambolas contra la banda.
(el sol y el huevo)

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