18 feb 2008

"...nosotros creemos firmemente en la generación de esto, de ese mito implacable que prescinde de nuestras voluntades y trasciende como todo aquello que está destinado a brillar a través de las eras como un cometa que atraviesa nuestro cielo y marca con su estela el rumbo a tomar; nos creemos, a nosotros que nos gusta tanto la inmortalidad que de una manera espontánea como la creación de la vida, a partir de cierto punto innata, independiente de nuestros esfuerzos, en la fuerza que prendida de este ángulo se desbobla de nuestras manos, se nos escapa y deja de llamarse nuestra a pesar de haber nacida de nuestro costado, para ser arrojado a las fieras hambrientas que lo atajan con sus dientes y huyen con el bocado contentas; creo en esto, personalmente, creo porque veo mi creencia sustentada, mejor, arrojada al culto ciego de esta fe arrebatadora de la que hablo, la de mis hermanos contemporáneos, y yo, que siempre fui un abanderado de la razón desde que he dejado de utilizar mi corazón, al ver este derroche de amor ideal hacia ese absoluto que levita en el horizonte de nuestro futuro como un fantasma de llama, no puedo sino convencerme de buenas a primeras y alentar agitando la bandera que esgrimen mis coterráneos, hoy en la distancia, en tierras elevadas, ditantes, visibles...". Claro Ponte, Op. VII, 2 bis

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