El cielo de mi sueño era azul dorado. Tres rayos luminosos cayendo desde el sol lo partían, y al chocar con las nubes, torcían su rumbo y se hacían infinitos, invisibles.
Veía en este paisaje pinceladas recién dadas, la pintura aún fresca, los surcos de las cerdas, las franjas de color, las líneas, las manchas; veía el preciso momento en que ese paisaje se iba modificando con el paso del pincel cargado de grises y naranjas de la paleta del Gran Pintor, que lo observa todo desde su contemplación.
Veía en este paisaje pinceladas recién dadas, la pintura aún fresca, los surcos de las cerdas, las franjas de color, las líneas, las manchas; veía el preciso momento en que ese paisaje se iba modificando con el paso del pincel cargado de grises y naranjas de la paleta del Gran Pintor, que lo observa todo desde su contemplación.
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