30 oct 2007

de El Amante, Parte I, Capítulo II, 1

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¿Eras vos, Gella, a quien perseguí a lo largo y a lo ancho de las calles oscuras de Buenos Aires, por cuadras y cuadras, sin respiro, sin aliento ya, sin siquiera verte, imaginándote que si bien te había perdido de vista, lo más posible era que en esas calles cortadas volverías a aparecer, para perseguirte nuevamente, con el mismo propósito; pensando que si te podía alcanzar, te atrapaba, te retenía y no te soltaba, no te dejaría ir, porque en vos había puesto todas las fichas que alguien puede poner a una que pasa, en una sola noche; con el impulso de ese mínimo aroma que percibí, que salió de tu pelo, ese instante que pude acercarme lo más que pude a vos, a veinte centímetros y sentir que vos acababas de pisar el mismo suelo que yo estaba pisando, y que faltaba poco para que te alcance; ese perfume que me llegó hasta lo más hondo de mis percepciones, haciéndome un quiebre que me dejaba librado a dos opciones, o te seguía o te perdía y la opción segunda ya no era una consideración pertinente, después de haber corrido tanto y saber que lo único que me quedaba era seguir corriendo tras ese aroma que habiéndome produciéndome una sacudida como un despertar violento, vi una mano que se me posaba en la espalda, como un escalofrío, o un empujón de confianza para decidir mi rumbo, y con una mirada segura de que ya te estaba por agarrar cuando más te escapabas; con esa confianza en que no estabas demasiado lejos para que yo te tenga, te hable y te cuente cosas para convencerte que debías estar conmigo, pasar un buen rato, una noche, o varios meses, tendidos en la cama, probar lo que es la buena vida al lado de un tipo como yo, que qué no hace para alcanzarte, mirá, te digo; varios meses, que más tarde, tirado en la cama que antes había pensado, que tanto había soñado en ese momento en que pude oler tu perfume todavía en el aire; tirado en la cama, esa merecida cama de la que nunca quería ser arrancado, mirando el techo, con vos al lado mío, pensaba, forzando un recuerdo que ya era inaprensible, que este mismo lugar donde yo descansaba pacíficamente, era el mismo lugar que tantas veces, en ese momento que te perseguía, me preguntaba cómo sería, qué sensación me produciría estar ahí, tendido al lado tuyo, y sobre todo, si alguna vez te alcanzaría; y estar ahí tirado, me hizo revivir toda la secuencia de la persecución, quizá fue que ese día volviste a usar ese perfume de aquella vez, ese perfume que usas sólo en contadas ocasiones, porque lo sentí pocas veces en todo este tiempo, pocas veces me diste el gusto de poseer, no a vos, no eso se soluciona fácil, como poseer cualquier objeto que se toma entre las manos y se dice es mío, sino la sensación de estar corriendo atrás de algo que se quiere asir cuando se escapa, sin el conocimiento cierto si llegaría hasta vos o no, si te perdería una vez más cuando dobles por alguna calle oscura que no sabía dónde iba a desembocar, pero se nota que esa noche que te seguí algo estabas buscando y yo te encontré, o al revés, ese perfume que sin permiso se me metió por los huecos de la nariz y me hizo cosquillas en algún recuerdo, me tocó algo en la cabeza que tenía bien guardado y que era precioso y que automáticamente me llevó a pensar en todo lo anterior; eras vos, Gella, a quién perseguí a lo largo y a lo ancho de las oscuras calles de Buenos Aires, a quién no solté hasta encontrarte tendida en un banco de la plaza, en el fondo de la noche, eras vos, Gella?

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