Estábamos afuera y teníamos que estar adentro, sea como sea. Esteban había probado la puerta principal y las laterales: todas cerradas. Yo sabía de una posible entrada subalterna que sabía que se encontraba ahí, en la esquina trasera de la casa a la que teníamos que entrar. La razón por la cual yo poseía conocimiento acerca de esta conexión con el adentro era por ser nieto de mis abuelos; ellos tenían que ver con esta casa.
Le dije a Esteban que se vaya a buscar por allá, que vuelva a chequear las puertas laterales y se fije las ventanas. Yo por mi parte aprovecharía a descubrir esa entrada a la casa. Fui hasta donde sabía que estaría.
Me detuve frente a un rectángulo acostado de veinte por cuarenta centímetros, a la altura del pecho. Era una puertita de chapa blanca con una manijita plateada. Estaba bien disimulada, porque parecía una caseta de luz. Abrí la puertita. Apareció otra puerta: la puerta de una caja fuerte. Por supuesto que conmigo traía la llave.
En el momento en que la estaba girando, aparece Esteban doblando la otra esquina de la casa. Confié en su mala vista y saqué la llave y cerré la puertita blanca para que él no sepa nada acerca de esto.
Viene hacia mí. Me dice que no, que ninguna ventana o puerta estaba abierta. Se vuelve a ir.
Sin perder un segundo, vuelvo a meter la llave luego de abrir la puertita blanca. Abro la puerta de metal de la caja fuerte. Adentro, había una caja registradora. A esa altura ya no me importaba si Esteban estaba volviendo hacia acá para hacerme algún otro comentario. No me importaba si ahora él se volvía y veía lo que yo trataba de mantener como un secreto familiar.
-La caja está buena –dijo él al mirar la registradora con propósito de quedársela, como si la hubiéramos encontrado así como así tirada en la calle.
Saqué la caja registradora afuera de la caja fuerte. Se veía una pared de chapa blanca –la misma chapa blanca de la puertita blanca. Esa pared subía como una chimenea, o mejor, un ducto de aire que por fin fuera lo que estábamos buscando, una entrada efectiva a la casa.
Ahora el problema era el siguiente: ¿cómo iba a hacer yo para colarme por ese agujero de cuarenta centímetros, superar esa doblada de noventa grados y viajar a través de chapa? ¿Qué si me quedaba atorado en el ducto?
Sueño 2:
Estábamos en el barrio. Estaban los pibes: nachito, fran, el bomba. Pasaba caminando el chizo. El chizo saluda a los pibes. Los pibes le devuelven el saludo al chizo.
Vi esa imagen como un mito caminando frente a nosotros, que somos un mito.
(de Sunshine y Spotlight)
No hay comentarios:
Publicar un comentario